lunes, 22 de julio de 2013

I aquests homes anaren al combat

El pasado sábado 20 de julio tuvo lugar en el Baluarte de Sant Pere en Dalt Vila, Eivissa, un Homenaje Joven al poeta isleño Marià Villangómez. Jóvenes, niños y adultos subieron al escenario mostrando una devoción largamente cultivada o recién descubierta por un poeta cuyas líneas denotan un amor puro por la propia tierra.

Yo misma tomé parte en dicho Homenaje, y puedo constatar que resultaba curioso estar haciendo una llamada al amor a la pureza de la isla, un reclamo y un grito de lucha hacia lo que ha sido nuestro, mientras al mismo tiempo resonaban en las cabezas de todos los participantes barbaridades tales como ataques a la playa de Benirràs, retrocesos alarmantes de la lengua propia o amenazas de tal calibre como prospecciones petrolíferas en los alrededores de la isla de Ibiza.

Escribo ahora desde el césped de mi casa, con los oídos a punto de explotar gracias al atronador grito de las cigarras. Y pienso que ojalá nuestras voces puedan llegar a ser tan molestas, repetitivas, duras e ineludibles a oídos de los que, desgraciadamente, tienen en sus manos el poder de destrozar un paraíso mediterráneo con solo un asentimiento de cabeza.

En 2010, el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero aprobaba unos convenios con la empresa de energía irlandesa Cairn Energy autorizando prospecciones petrolíferas en el Canal de Valencia. Esta lengua marina de 400km de longitud, entre la comunidad que lleva dicho nombre y la isla balear de Ibiza, es, como parte del Mediterráneo, hogar de una gran variedad faunística y floral.

Tres años después, Cairn Energy anuncia como fecha de su primera perforación petrolífera exploratoria el año 2015,  no sin dejar antes un mensaje glacial: una campaña sísmica en el invierno 2013-2014.

Dicha actuación consistirá en una búsqueda de petróleo por métodos sísmicos, utilizando detonaciones submarinas que generarán ondas de resonancia, permitiendo conocer la composición de la roca en el fondo marino.

Ya no sólo las prospecciones en sí sino la campaña energética en conjunto produce náuseas. Un “sí” de un Gobierno cuya actuación es una declaración de intenciones: money makes the world go round. O eso decían. Y parece ser cierto, porque no existe explicación racional posible que sostenga la autorización que pesa, desde hace tres años, sobre un agitado Mediterráneo.

En primer lugar, la peligrosidad del proyecto en su conjunto es, evidentemente, de un alto nivel. Pero la inminencia ha jugado a favor de los que han decidido movilizarse. La Comisión Balear de Medio Ambiente trató el pasado 4 de junio el impacto medioambiental de la campaña sísmica, constatando que Cairn Energy pretende operar a 249decibelios, cuando el 180 es el nivel de intensidad acústica a partir del cual son posibles daños irreversibles en cetáceos y tortugas marinas.

Efectos atroces sobre la pesca o escalofriantes cetáceos náufragos en el litoral son sólo algunas de las consecuencias de dicha campaña, cuya cercanía en el tiempo alerta a toda la población.

En segundo lugar, las secuelas negativas de tan desafortunado proyecto energético golpean también la esfera económico-social. El gasto económico en caso de incidentes sería, indudablemente, devastador. Teniendo en cuenta la dependencia de la isla de Ibiza del turismo, cualquier fallo –que siempre existen, como declaraba el President del Consell d’Eivissa Vicent Serra– implicaría una disminución del valor turístico de la isla.

Nunca es recomendable el basar una opinión en condiciones y sucesos cuya seguridad no es total. Por otra parte, se dice que la libertad consiste en la capacidad de tomar decisiones y atenerse a las consecuencias de las mismas, para lo cual deben haberse estudiado éstas previamente.

Tal vez en el caso de la decisión gubernamental que llevó a autorizar las prospecciones petrolíferas en el Canal de Valencia, ahora hace tres años, no se siguió este proceso. Sea como fuere, a día de hoy, con una campaña sísmica devastadora  a la vuelta de la esquina, quizá sea el momento de replantearse la moralidad de aquella decisión.

Rechazaba el Tribunal Supremo el recurso contencioso-administrativo presentado por la Generalitat Valenciana por carecer de rigor técnico y faltarle fundamentos jurídicos. ¿Es que es necesario andarse con consideraciones técnicas cuando la Ley misma se basa sobre el principio de la buena fe?

Siguen cantando las cigarras. O gritando, mejor dicho. Por favor, qué pesadez de sonido.

Y sigo pensando que ojalá pudiera yo conseguir algo con la voz. Porque parece que es, ahora ya, lo único que nos queda. Decía Villangómez que “a ver si entre todos enaltecemos nuestra lengua”. Y digo yo: la lengua, la cultura, la isla, las raíces.

Entre todos.

Luchemos.



Aquests homes lluitaren,
vull dir els avis dels avis,
i també damunt aquestes feixes es va sembrar la sang.
La dura mà empunyava les eines i les armes.
Defenien la vida, la collita, els seus escassos béns.
Pagesos i soldats, tot era una tasca única:
clavar la rella en la terra o el coltell en l'enemic.
Portaven aquells segles en l'entranya
l'armada incursió i la secada hostil.
Pel mar venia la tempesta
i la nau enemiga com un núvol irat.

Dins ells tenien la ràbia i la por,
lluitaven, s'amagaven, eren homes valents.
Hagueren de fer compatibles amb la feixuga feina
les hores de la gresca, de la rialla i de l'amor.
La mort els envestia per tots costats, aclaria
les espesses brostades. Era igual
morir de la lpesta, de fam, negats o en plena lluita.
Tal vegada la guerra tenia un altre prestigi.

I aquells homes anaven al combat. Ells sabien
almenys que defenien un tros de terra, una casa,
allí a la vora,
el pa de tots, dins el rebost  o a l'era,
i això els decidia a la mort.
Acceptaven, sense saber, un secular martiri:
ni tan sols crien que allò es pogués fer acabar.
I a més els homes es coneixen lluitant,
i és bell vanar-se d'una força ardida,
i les armes poden prendre un estrany fulgor a les mans.

El combat, Marià Villangómez i Llobet


Nuria Ribas Costa


sábado, 13 de julio de 2013

La apetencia literaria

Cuando mi padrino se enteró de que Angela Merkel había hecho algo así como criticar la hora de la siesta, respondió con su quietud habitual y su semblante imperturbable que “habría que poner a la señora Merkel a caminar un par de calles de Jaén a la hora de la siesta, a ver si le parecía entonces tan prescindible.”

Un poco más al noreste de Jaén, en una isla del Mediterráneo pervertida por las macro-discotecas y los guiris borrachos, es igualmente criminal hacer otra cosa que no sea descansar, a la sombra y lejos del ajetreo, de tres a cuatro de la tarde. Y lo dice una persona cuyos amigos apodan La Mujer Torbellino.

Existe en mi lengua materna, el catalán, un concepto que me define a la perfección: cul-remena, término cuya traducción al castellano dista mucho de ser comprensible. Ante tal dificultad decido que la mejor manera de definirme es con una mera descripción: mi problema –o virtud– es no estarme quieta, siempre tener la imperiosa necesidad de hacer algo. Con la mente, con el cuerpo, o con ambas cosas a la vez.

Por eso la hora de la siesta, he de confesar, no es una costumbre de la que yo pueda hablar con conocimiento de causa. Sin embargo, en verano –esa bochornosa y agotadora estación en la que hasta las hojas de los árboles sudan mientras soportan trabajosamente el cantar de las cigarras– consigo en ocasiones entregarme al maravilloso momento de descanso que la Señora Merkel tan indecentemente criticaba.

Así pues, estaba yo esta tarde paseándome entre las páginas de EL PAÍS que mi madre acababa de dejar sobre la mesa cuando topé con la sección de Opinión. Por inercia casi, me he detenido a leer el editorial (la segunda parte del mismo) que trataba sobre un emergente Brasil cuyo movimiento social calificaban el otro día en Ondacero de “necesario y normal” fruto, no de la crisis, sino del crecimiento. Recuerdo que pensé que era de lo más curioso que, en este contexto de retorcijones sociales (los móviles de los cuales distan mucho de ser acontecimientos beneficiosos) uno de los movimientos ciudadanos sí fuera causado por un avance en un país.

Pero aburrida –de la temática, quizá, siempre la misma– he apartado perezosamente la vista, que se ha parado, cara a cara, con un título que mi profesor de redacción habría, muy probablemente, calificado de válido por el juego de palabras, pero que yo, sin duda, he calificado de poco sabroso.

He empezado a leer entonces Crítica a la crítica, de Fernando Aramburu, y confieso que el texto daba mucho más de sí que el título. Con un discurso culto y unos términos precisos, Aramburu describía la difícil tarea del crítico literario, desvirtuando a aquellos que, en nombre de no-se-sabe-qué, pervierten tan noble oficio al servicio de favores, muy frecuentemente económicos. Entonces constataba (y esta es la frase que EL PAÍS mismo convertía en destacado) que “merece algo más que aplauso, merece agradecimiento el crítico que hace apetecibles las obras valiosas; aquel que no se limita a descifrar con adusta terminología de profesor, sino que se toma la molestia de transmitir entusiasmo”.

Estaba yo pensando en esa idea mientras continuaba mi paseo de papel cuando ha aparecido el suplemento cultural de los sábados en EL PAÍS, Babelia, delante de mis narices. Confieso que me siento un tanto culpable por no ser una experta en dicho suplemento, más que nada porque los trabajos periodísticos que más me atraen son siempre los relacionados con la cultura.

Con ojos curiosos he ido pasando las páginas, y para mi sorpresa y admiración la gran parte de las mismas estaban ocupadas por críticas de libros. Un curioso paralelismo con la idea de Aramburu que se arrastraba perezosa en mi mente desde hacía ya un rato.

Un bien escogido contrapunto de imágenes y un formato atractivo a la vista, prudentemente separado de la habitual configuración de la información que hace pensar al lector que ya está lejos de las malas noticias, crean en Babelia una atmósfera de conocimiento, un caldo de cultivo del gusto y la subjetividad.

Decía Aramburu que merecen más que un aplauso quienes hacen apetecibles obras literarias valiosas. Pero quienes hacen apetecibles a los creadores mismos de dichas obras merecen, entonces, más que ovaciones. Es este el caso del último artículo del Babelia de este sábado 13 de julio, titulado Comulgar con una empanada de lamprea y escrito por Manuel Vicent.

Quizá sea su segundo nombre –el mismo que el de mi padre– o sus títulos apetecibles. Sea como sea, lo cierto es que los textos de Manuel Vicent son algunos de mis rutinarias lecturas en EL PAÍS. Acostumbrada a ver su rostro en la contraportada del periódico, esta repentina aparición en Babel me ha sorprendido.

Empezando con una anécdota sobre su participación en una disputa de borrachos de lo más graciosa, pasando por la inquietud que lo lleva a cambiar las clases en la Facultad de Filosofía y Letras por la tertulia de Valle-Inclán en el café Derby y terminando con el relato de una visita a la capital, la vida de Álvaro Cunqueiro es retratada, en la paradoja del impresionismo y la precisión, por un Manuel Vicent que despierta, en aquellos que llegamos al final del artículo, una apetencia literaria que Aramburu, vagamente, desde algún rincón recóndito de mi mente, confirma como merecedora de ovación y reverencia.



-Crítica a la crítica, Fernando Aramburu: http://elpais.com/elpais/2013/07/09/opinion/1373364033_999927.html

-Comulgar con una empanada de lamprea, Manuel Vicent. Página 19 suplemento Babelia, EL PAÍS Edición Impresa


Nuria Ribas Costa