domingo, 25 de enero de 2015

La mejor versión de Knocking

Por qué la MTV Unplugged de 1994 es la mejor versión de Knocking on Heaven's door de Bob Dylan


Bob Dylan tenía 53 años. Llevaba una camisa de lunares blancos, unos pantalones negros y una americana del mismo color. Tenía rizos, pero menos que antes, cuando aceleraba los corazones de las jovenzuelas que se quedaron prendadas de su mirada perdida. En los Sony Music Studios de un frío 18 de noviembre neoyorkino había poca luz, pero él llevaba sus eternas Ray-Ban Wayfarer, también azabaches.

Tonos azulados. Un par de focos divididos en varios haces blancos creaban el fondo del cuadro. Frunce el ceño y levanta los labios. Se apoya ligeramente en el taburete que tiene detrás de sí, tan poco, tan poco que parece que ni se sienta. De hecho, se levanta pronto. Toca un poco encorvado. Se acerca al micrófono enseñando los colmillos, como si lo amenazara. Entonces suelta la primera frase:

Mama take this badge of off me

Alarga las primeras vocales de todas las palabras. Todavía no ha terminado “badge” cuando los primeros silbidos emergen desde el fondo oscuro de la sala. Se llena progresiva, ascendentemente, de un murmullo de satisfacción, de emoción. La alegría, los vítores, los aplausos que asoman el hocico para no sobrepasar en decibelios se mezclan con los acordes de la guitarra. Rasgan las cuerdas y mecen la voz del hombre que preside el escenario.

I can’t use it any more

Callan los ojos ávidos y los oídos llorosos. Sólo hay sitio para Dylan y su guitarra. Y las pinceladas de su vecina que lo acompaña.

It’s getting dark, too dark to see
And I feel like I’m knocking on heaven’s door

Alarga la última “o”, la suaviza al final, la envuelve con los acordes de la guitarra y entonces, mientras el público contiene la respiración, la pronuncia:

Knock knock knocking on heaven’s door

Las primeras tres palabras suaves, las segundas tres desgarran. Sube al tono que usaba antes. Pausa. Guitarra. Y de nuevo:

Knock knock knocking on heaven’s door

Ahora toda la frase la canta, arrastrándola, al mismo nivel que dijo antes la última parte del verso.

Knock knock

Knocking on heaven’s door

Just like
So many times
before

Las o’s largas, temblorosas, sinuosas. Y entonces, mientras termina la última, flexiona las rodillas, sonríe, aprieta la guitarra, la segunda lo sigue y entra la batería, de la mano del teclado, relevando a la pandereta y esa voz, la voz que hizo decir a Jimi Hendrix “si él canta, yo también”, arranca un “mama” del fondo de sus entrañas:

Mama wipe the blood out of my face
I just can’t see through it any more

Frunce el ceño. Alarga la “o”, se aleja del micro. Deja que esa distancia se coma la “r”.

Got a lone black feeling and it’s hard to trace

Borbotea la última “a”. Levanta el labio superior, agudiza esas arrugas en la frente, enseña los dientes. Parece un perro rabioso. Y escupe un feel sentido, corto y directo.

And I feel like
I’m knocking on heaven’s door

Estallido del conjunto instrumental. Y llama a la puerta. Y llama. Y llama.

Knock knock knocking on
Heaven’s door

Knock knock
Knocking on
Heaven’s door

Knock knock knocking on
Heaven’s door

Just like

Respira rápido. Entrecorta.

So many

Alarga la m, se la come.

Times before

Eterna “o” alejándose del micro…

Se balancea, explotan los demás instrumentos, bajan el volumen. Y llega la armónica. Suena rasgada. Titilante. Afónica y gastada. Embiste el aire. Contiene la respiración el público. Una batería constante y un teclado. Sopla, sopla, se balancea, levanta la cabeza. Ruge el público cuesta arriba y embiste el micrófono ese “mama” demoledor:

Mama lay my guns on the ground

Siguen los vítores. Las palmas. Los silbidos.

I just can’t fire them

Disminuye la voz, baja la cabeza.

Any more

That long black train is coming on down

Cierra la u del final. Se balancea, sigue frunciendo el ceño. No se sabe dónde mira.

And I feel like
I’m knocking on
Heaven’s door

Y convierte la “o” del final en casi una “a”. Abre la boca. Ladea la cabeza. Enseña los dientes. Suben la potencia los demás. El batería acomete contra los tambores. Mueve la melena. Teclado en tono épico. Alarga las notas. Sube la temperatura de la sala.

Knock knock
Knocking on
Heaven’s door

Knock knock
Knocking on
Heaven’s door

Knock knock knocking on
Heaven’s door

Se ladea de nuevo. Sigue abriendo la boca. Se le arrugan las comisuras. ¿Estará cerrando los ojos?

Just like
So many times
Before

Tontea con la “o”. La balancea, la lanza al aire. La hace subir y bajar. La recoge una “r” difusa, soñolienta y lejana, que viene de lejos. Del fondo del estómago. Está casi devorada. Es casi una “a”, con imaginación. Va levantando la cabeza.

Suben y bajan las guitarras como las rodillas de los dos hombres que las acarician. Se balancea el contrabajo. Espacio para la melodía principal que susurra desde la de Dylan. Es sonriente y entra dentro fácilmente.

Él se levanta, se aleja del micro y del taburete. Sonríe también. Ralentiza. Sigue. Camina hacia atrás. Baila. Ralentiza de nuevo. Mira hacia atrás.

Uno.
Dos.
Tres.

Se da la vuelta. Abre la boca. Mira al batería que está atacando los platillos. Levanta la guitarra y…

…fin.

Sólo rugidos. Silbidos. Se acerca al micro, mueve la mano. Se da la vuelta, da unos pasos, se rasca la nuca. Y lo engulle el negro.


Este artículo se publicó el pasado lunes 19 de enero de 2015 en la revista digital La Mirada Jove'n 



Nuria Ribas Costa


sábado, 24 de enero de 2015

Argentina, Manila, y otras cosas que nos quedan lejos, pero no tanto (S.A.A.)

SEMINARI D'ANÀLISI DE L'ACTUALITAT

Hace un par de días, no recuerdo el número exacto, El País publicaba, siguiendo la línea habitual dados los recientes acontecimientos ocurridos en París, una serie de noticias que formaban un enorme bloque sobre yihadismo en Europa. Al final de dicho bloque, ocupando un espacio mínimo, aparecía un titular que describía los recientes atentados perpetrados por el grupo islamista Boko Haram en Nigeria.

El pasado martes 20 de enero, el primer bloque de la sección de Internacional en El País (y al que se daba más espacio) estaba dedicado a Argentina. Concretamente se trataban las causas, consecuencias y hechos derivados de la repentina muerte del fiscal Alberto Nisman, hombre a cargo de la investigación del atentado contra el edificio del AMIA, en julio de 1994, y cuyo trasfondo sigue a día de hoy sin esclarecer.

Otros periódicos como por ejemplo el ABC informaban también ampliamente de este suceso, poniendo a disposición del lector gráficos, imágenes, análisis y descripciones detalladas incluso tachables de sensacionalistas.

También en la sección de Internacional, esta vez de La Vanguardia, aparecía una entrevista a dos filipinos de ascendencia española unos días después de la visita del Papa Francisco a Manila, hecho que a su vez se había tratado en toda la prensa con bastante uniformidad.

Cuando Cristóbal Colón pisó lo que él llamaría “Las Indias”, en octubre de 1492, poco podía imaginarse hasta qué punto se mantendrían los ecos de una colonización que va quedando cada vez más lejana. La era del imperialismo, de los reductos españoles desperdigados por el mundo, es hoy patrimonio histórico y ni tan sólo queda la pérdida de Cuba como recuerdo real y vívido en la mente de ningún ciudadano.

Sin embargo, Boko Haram, apenas invisible, eclipsado por la Europa presa del pánico; mientras dos días después Argentina acapara la mitad de la sección de Internacional de un periódico generalista; mientras la visita del Papa da pie a oír la voz de filipinos que pisan tierra que un día fue española.

Todo ello es un reflejo de un acontecimiento interesante que se produce en el seno de los medios de comunicación, y que de hecho es uno de los criterios de selección de noticias con más peso: la proximidad. Argentina, un día colonia española, tiene con España unos ligámenes estrechísimos, empezando por la lengua, el vector de unión cultural más poderoso. Filipinas es, también a su vez, un reducto de población descendiente de los fenicios, visigodos, árabes, romanos y muchos otros que un día poblaron la Península Ibérica.

De ahí los ecos de la colonización plasmados en forma de periódico. Ahora bien, ¿es este un centralismo nocivo? ¿Significa una hipocresía irreprochable, un darle la espalda a cosas importantes? ¿Va en detrimento de una calidad informativa total, de un medio de comunicación verdaderamente global? ¿O es únicamente la plasmación de los intereses de un pueblo?


Habría que preguntárselo a ese mismo pueblo.


Nuria Ribas Costa

domingo, 11 de enero de 2015

La libertad guiando la pluma (S.A.A.)

SEMINARI D'ANÀLISI DE L'ACTUALITAT

París se despierta arrastrando los pies y echando un triste vaho por la boca. Ayer recorrieron sus preciosas entrañas 700.000 personas. Unos llorando por Charlie, otros gimiendo por Hebdo. Casi todos son abanderados de la libertad. Como en aquel cuadro de Delacroix, con la bella dama de torso desnudo guiando al pueblo.

Era esa obra la elegida por Gary Barker, ilustrador británico colaborador de The Times i The Guardian, para reinterpretar el atentado terrorista a la revista satírica francesa Charlie Hebdo el pasado miércoles 7 de enero. Como él, muchos otros dibujantes se han solidarizado con la publicación, y han unido sus plumas y cajas de colores lanzando un mensaje claro que a día de hoy tiene forma de  hashtag: #jesuischarlie.

Las líneas de debate que han nacido de los recientes sucesos se bifurcan en varias direcciones. El reclutamiento de yihadistas, la seguridad europea, la respuesta política y ciudadana… Las portadas, los titulares, los rostros de los medios de comunicación se llenan de artículos, reportajes, crónicas frescas llegadas de los enviados especiales, mandados corriendo a buscar la noticia. A empaparse del caos.

Flemming Rose, jefe de Internacional del periódico danés Jyllands Posten, promovió en su momento, allá por el 2005, la publicación en ese rotativo de las caricaturas de Mahoma. Su defensa de la sátira, publicada en forma de artículo en la edición de hoy domingo 11 de enero de El País, cobra ahora especial importancia.

Decía Rose que “la sátira es una de las respuestas de una sociedad abierta ante la violencia, las amenazas y la barbarie.” Sin embargo, más allá de esta reflexión, que dicho sea de paso, compartía también el célebre articulista decimonónico Mariano José de Larra, me interesa resaltar un punto concreto de su texto.

Recupera el periodista danés el caso del asesinato de Theo van Gogh a manos de un joven musulmán en Ámsterdam por la realización de un documental. La producción trataba la violencia contra las mujeres en nombre del profeta. La referencia a este suceso, ocurrido en noviembre de 2004, sirve a Rose para lanzar al aire una interesante idea. Cito textualmente:

“[…] el entonces ministro de justicia holandés, es decir, el más alto defensor electo del Estado de derecho, dijo que se debería sopesar un endurecimiento de la legislación contra el llamado discurso del odio. Porque si hubiese existido una ley así, van Gogh aún estaría con vida. Es decir, si se hubieran criminalizado diferentes tipos de expresiones, habría habido una oportunidad para que van Gogh nunca hubiera realizado el documental sobre la violencia contra las mujeres en nombre del profeta, documental que llevó a Mohammed Bouyeri a asesinarlo. […]” [1]

El hecho de que en estos momentos los supervivientes de la plantilla de Charlie Hebdo continúen trabajando, incansables, protegidos por otro periódico, el Libération, debería hablar por sí solo: la vida es un valor supremo, pero la libertad da vida a otra cosa: la Humanidad.

Gérard Biart, redactor jefe de la revista, decía sobre el número que saldrá a la calle próximo miércoles 14: “No queremos que sea un número excepcional. Queremos que sea divertido; que haga reír. No sabemos hacer otra cosa.”

Es evidente que para ellos, la mitad del periódico no ha muerto en vano.




[1] ¿Qué clase de civilización somos?  El País, 11 enero de 2015


Nuria Ribas Costa